domingo, 18 de diciembre de 2011


Casa Herrera, Augusta Emerita
LAS IGLESIAS DE DOBLE ÁBSIDE Y LOS OBISPOS COMO NUEVO TIPO DE SANTIDAD.

Antonio Mateos Martín de Rodrigo.

Consideremos a través de Mario Righeti los primeros tipos de santidad en la Iglesia Católica: “El culto a los santos confesores, asociado al culto de los mártires, es el otro elemento que abrió en la Iglesia nuevas vías al desarrollo litúrgico. El término sanctus (=sancitus, de sancire, encerrar), en su noción primitiva denota un lugar cerrado, reservado, donde la divinidad se ha manifestado de alguna manera. En el campo religioso, el término sanctus fue aplicado por derivación a aquellas personas, ya vivas, ya difuntas, tenidas en tan alta estima moral, que se creían como res sacra, porque en ellas Dios se había manifestado de modo particular. Sin embargo, el apelativo sanctus, en el sentido más moderno y litúrgico de la palabra, es decir, dado a una persona canónicamente inscrita en el catálogo de los santos, no se encuentra en los primeros siglos de la Iglesia. Hasta la mitad del siglo IV solamente los mártires fueron considerados sancti y tuvieron los honores de culto. Eran los cristianos perfectos, los verdaderos imitadores de Cristo, porque eran partícipes efectivos de su pasión, quienes lavando en la sangre toda mancha, habían merecido ser admitidos en seguida a la visión de Dios, y en el último día serán, como los apóstoles, jueces, al lado de Cristo, de sus hermanos.
Pero,  cerrado el período de las persecuciones, se entendió que la vida piadosa y mortificada de las vírgenes, de los obispos y de los ascetas era, en realidad un equivalente del martirio”.[1]
De otra parte consideremos la importancia real del altar en la arquitectura romana; éste  es el elemento que da entidad a todo edificio eclesiástico; en palabras de Cristina Godoy Fernández “desde una perspectiva genuinamente arquitectónica, el altar es el núcleo a partir del cual se despliega todo el edificio”  o bien “se articula todo el espacio interior de la Iglesia” hasta el extremo de que los “estudios sobre modulación de la arquitectura religiosa...  están demostrando que el punto que genera el desarrollo de todo el edificio lo constituye, también, el altar”,[2] en Occidente unido éste exclusivamente a la existencia de restos martiriales o reliquias derivadas de estos bajo él mientras que en Oriente se situaban cerca  del altar.
Según André Nicolaivich Grabar los latinos “adoptaban esta regla (la de asociar el altar y las reliquias) no sólamente para todos los altares, también para todos los cuerpos santos” de forma que no importaba la cantidad o calidad de las reliquias: “por todas partes en que se encuentran reliquias, tumbas enteras, fragmentos de cuerpos o pignoria su emplazamiento está definido por el desvelo de mantener una relación con el altar”. En esto diferían de los orientales según Grabar para quienes aunque “colmaron sus altares [de reliquias], paralelamente reservaron a otras reliquias y en concreto a los cuerpos enteros de sus mártires emplazamientos especiales y variados que podían no tener relación alguna con el altar”.[3] André Grabar entendía que estas diferencias se basaban en la no consideración del Libro del Apocalipsis por parte de la iglesia oriental como libro canónico; [4] de aquí que ambas iglesias creen diferentes arquitecturas eclesiales y la importancia para los occidentales de la posesión de cuerpos martiriales cuya alternativa en Oriente fueron los iconos a partir de Justiniano.
Pero Cristina Fernández Godoy al encontrarse con iglesias africanas e hispanas dotadas de doble ábside sostiene la novedosa hipótesis según la cual los restos martiriales no se colocaban  en ellas bajo el altar sino a los pies de la Iglesia.
En realidad Godoy no tuvo en cuenta el fenómeno de la consideración a partir del siglo IV de los obispos como nuevos mártires, los no sangrantes, y que algunos, enterrados “ad mártires” con el tiempo fueron considerados como tales y recibieron el honor de ser celebrados también en el altar, hasta entonces reservados a ellos, para lo cual se depositaron allí sus restos; de hecho sabemos a través de Charles Chabrol y de Jacques Lefévbre[5] que ambos estaban incluidos en la nómina de los Martirologios locales por lo que con el tiempo podían ser confundidos tanto voluntariamente como involuntariamente.
No obstante veamos en sus propias palabras la hipótesis de Cristina Godoy Fernández:
a.              Si aceptamos que la función litúrgica de este espacio -el denominado por ella “contracoro” en vez de contra ábside o ábside doble- es el culto a los mártires y a los santos.
b.             Hay que aceptar también la posibilidad de que hubiera una voluntad expresa de distinguir el altar de la mensa martyrum, con el propósito de que no se produjera posibles confusiones a la hora de celebrar la sinaxis eucarística.
c.              Por otra parte, cabría pensar asimismo que la situación de los mártires y de los santos a los pies de la nave podría deberse también a motivos de piedad, como los alegados por san Pedro quien, a la hora de ser martirizado, pidió le crucificaran boca abajo.[6]


Sin embargo la realidad es muy otra respecto de las hipótesis de Godoy Fernández e insisto, las iglesias de doble ábside están en relación con otro tipo de santidad: la de los obispos no considerados santos en el momento de su muerte.
Veamos el caso demostrativo en la primera basílica de doble ábside conocida y excavada: la Basílica de Tipasa situada en la Mauritania Cesarina y descubierta e interpretada en los años cuarenta del siglo XX (si bien damos este trabajo en rigurosa primicia). Y al tiempo que nos ilustra sobre un nuevo tipo de la consagración de la basílica a un nuevo tipo de mártir, el no sangrante, nos propone un modelo casi desconocido de enterramiento “ad sanctos” que no se dio en el martyrium, basílica o cofessio erigida a Dios en memoria de santa Eulalia. Y de paso también nos ilustra sobre la posible solución al problema que plantea la desorientación  este-oeste generalizada en estas basílicas:
“Un rincón del cementerio cristiano de Tipasa, en la Mauritania Cesarina – escribe Grabar- ofrece un cuadro llamativo de la instalación del culto a las reliquias en un área a cielo abierto, entre el siglo III y el V. Al principio hubo una gruta construida en forma de cubícula funerario, en donde reposaban los cuerpos de los primeros dignatarios de la iglesia local, distinguida de otras sepulturas por su posición. Al fondo de la cavidad, una tumba soporta la placa de un altar. El area que se extiende alrededor de la gruta fue rodeado de un muro en toda su extensión y elevándose los pilares de un pórtico y, alineados bajo su techo, varias mensae de martyrs. Inscripciones conmemorativas, en mosaico, decoran algunas de estas mesas de ágapes funerarios; estas recogen los nombres a los santos y evocan su cualidad de martyrs (p.e. Victorius Marture professus). Es posible  que el pórtico fuese erigido precisamente para honrar  estas tumbas de santos y para proteger a los fieles que se reunían alrededor de las mensae durante los dies natalis.  Es evidente  en todo caso que la gran mayoría de las tumbas de los mártires, en el cementerio de Tipasa, estaban reunidas en una zona especial del área de la época de las persecuciones y que se habían alineado sus mensae bajo un pórtico, todo como en un cubícula de los subterráneos o situados, por ejemplo, como en las catacumbas o en la gruta de la misma Tipasa. Y este agrupamiento de los cuerpos de los mártires, en un cementerio a cielo abierto, abrió la vía a los martiria colectivos posteriores que por sus muros y su techo distinguieron los cuerpos santos de otras sepulturas de un cementerio.
Esto es lo que pasó, también,  en la necrópolis de Tipasa, pero sólo en provecho de los santos dignatarios de la Iglesia depositados primitivamente en la gruta. Hacia el año 400, un obispo que tenía el nombre de Alejandro levantó, en plena área, una capilla de tres naves y trasladó allí los sarcófagos de nueve de estos personajes que, en una inscripción, los denomina como sus justi priores. Y los alineó bajo un estrado rectangular que ocupa la cabecera del santuario y sobre el cual se situaba ciertamente el altar  (yo interpreto que realizó la primera canonización en el sentido moderno del término). Y acondicionó en otra parte una exedra funeraria para su propia tumba en el muro opuesto a la cabecera, en contra ábside. La pequeña basílica de Alejandro dio una expresión arquitectónica nueva al culto a los primeros dignatarios eclesiásticos de Tipasa (y de toda la Iglesia), al situar sus cuerpos bajo el altar de un edifico construido en superficie. Sin embargo, este martyrium, a la moda del tiempo no fue más que reservado al culto de los santos obispos, y a partir de entonces sólo sus sucesores pudieron beneficiarse de la ventaja de reposar cerca de estos santos, en los alrededores del monumento. En fin, el respeto por el lugar de sepultura primitiva de los justi priores situados bajo el altar de la basílica obligó a Alejandro a asegurar una comunicación directa de la basílica-martrium con la gruta funeraria vecina (que no fue amortizada), y se sacrificó la simetría del nuevo santuario y la desviación del muro Sur que, en el ángulo Sudeste, une la puerta de la bóveda de los obispos). En Tipasa, los arreglos arquitectónicos requeridos para el culto de las reliquias sobre el área cimenterial se detuvieron ahí”.[7]
Y añade que hay casos  en que iglesias románicas y góticas erigidas a santos modernos  y con la desorientación este-oeste lo era por estar construidas sobre tumbas martiriales en cementerios de las épocas de las persecuciones.
 Grabar refiere tres iglesias en Colonia, otras tres en Trèves y además una  en Mayence, Xanten y Bonn, [8]
¿Es el caso de otras basílicas de doble ábside?
Pero aún hay algo más que explicaría el uso litúrgico de una tumba situada en contra ábside; también en palabras de Grabar:
“La tumba de un santo atrae hacia sí otras sepulturas. La aplicación de este principio tuvo para la arquitectura de las iglesias de Occidente consecuencias más importantes que la instalación de los mismos  cuerpos santos en el ábside.
La importancia de estas construcciones funerarias [“ad sanctus” ] en el desarrollo de un martyrium y de “martirias interiores” en general aumentaba por el hecho de hecho de que eran los obispos sobre todo y además también  los príncipes, en la época que siguió a la Paz de la Iglesia, entre los que se reclutaban a menudo los futuros santos. Una canonización posterior de un obispo transformaba una tumba ad sanctum en reliquia, y asociaba litúrgicamente al martirio inicial los elementos arquitectónicos que en el principio, tenían consideraciones religiosas menos importantes”.[9].

Pero si esta es la solución a las iglesias africanas e hispanas de Doble Ábside la solución a las iglesias de doble ábside en los períodos románico y gótico es diferente tal como veremos.


[1] RIGHETTI, Mario , Historia de la Liturgia B.A.C., Madrid, 1955. p. 921.
[2] GODOY FERNÁNDEZ, Cristina, Arqueología y Liturgia. Iglesias hispánicas (Siglos IV al VIII), Universidad de Barcelona, Barcelona 1999, p. 49.
[3] GRABAR, André. Martyrium, I, Architecture. Variorum reprints, London p. 39.
[4] Íbidem,  p. 39.
[5] LECLERC, H, en CABROL, Fernand y LECLERCQ, Henri: Dictionnaire d´archéologie chrétienne et de liturgie. Tome X, 2ª parte. Librairie Letouzey et Ané, Paris1932. Col. 2527
[6]  GODOY FERNÁNDEZ, Cristina, “A LOS PIES DEL TEMPLO. ESPACIOS LITÚRGICOS EN CONTRAPOSICIÓN AL ALTAR: UNA REVISIÓN” en Sacralidad y Arqueología, Antig. Crist. (Murcia) XXI, 2004, págs. 473-489, p.487.
[7] GRABAR, André, obra citada, pp. 49 y 50.
[8]Íbidem, pp. 50 y 51.
[9] Íbidem, p. 488